Norteamérica sigue hundiéndose en un pozo oscuro de desesperanza, ya más allá de lo que se pueda hacer. Chris Hedges se refiere a nuestro futuro como uno de zonas de sacrificio; aquellas áreas de este planeta donde los muertos son simplemente consecuencias de los análisis de costo-beneficio de las corporaciones. Pocos quedan de los que hacen los esfuerzos sobrehumanos necesarios para proteger al mundo vivo y a sus hijos. Pero están allí fuera. Persisten.
Chris Hedges es uno de los últimos que quedan y que confronta al poder corporativo que ha tomado a Norteamérica por el cuello y la ha estrangulado hasta que su monedero se derrame sobre el suelo. Él es el Dietrich Bonhoeffer de Norteamérica. Es uno de los últimos en seguir de pie mientras aquellos con ojos para mirar giran sus cabezas para evitar lo que sus ojos ven. Todo el mundo se ha vuelto una zona de sacrificio. El centro de compras, la calle principal, Medio Oriente, África, y Sudamérica, el suelo sobre el que han caminado nuestras familias, e incluso nuestras familias están siendo sacrificadas por imbéciles cuyo único sentido de valor es su propia indulgencia. Hedges desafía abiertamente al poder corporativo. Abiertamente desafía al imperialismo. Desafía abiertamente al títere de Obama, demandándolo por atribuirse el derecho de extinguir arbitrariamente las vidas de los hijos e hijas de este mundo.
Hugo Chávez, otro de aquellos seres humanos normales con fallas humanas normales, adoptó el poder y lo dio vuelta para transformar al mundo en un lugar mejor. El imperio corporativo lo ridiculizaba por su sensibilidad hacia los pobres y hacia el espíritu humano. Al final, sus últimas palabras fueron que no quería morir: Chávez pudo o no haber sido asesinado, pero seguro sabemos quién se beneficia con su muerte. En nuestra cancerosa sociedad solo los mafiosos sobreviven y progresan. Pero Chávez hizo todo lo que pudo para que quienes lo siguieron la vida valiera la pena. Fue denigrado porque no transformaría a su país en una zona de sacrificio. Es demasiado pronto para decir lo que el futuro espera. Pero por su esfuerzo, las vidas de millones reflejan los esfuerzos que hizo para proveer justicia económica y social para las masas. Gracias a su sacrificio, Chávez vive en cada uno de ellos, por ahora.
Gracias a Laura Knight-Jadczyk, una de las últimas en mantenerse en pie por la plena verdad en una era de engaño total, la historia comienza a revelarla para nosotros. A pesar de años de calumnias y ataques organizados, ella sigue revelando la verdadera naturaleza de nuestro pasado, presente, y lo que podría ser nuestro futuro.
A pesar de la persistencia patológica de sus difamadores, y de hecho gracias a ellos, descubrió la ciencia psicológica y sociológica de la Ponerología. Ella trajo a la luz el secreto más oscuro del imperio y del decaimiento social descubiertos bajo el horror del dominio Nazi y Comunista. Ella lo rescató desde el borde del abismo, contactando a su pionero, el fallecido Andrew Lobaczewski, quien se encontraba marginalizado por redes patológicas. Profundizando en la búsqueda y atando los cabos de la historia oculta y censurada, ella descubrió el rol de las catástrofes cósmicas que empujan el rostro colectivo de la humanidad contra el lodo, luego de lo cual fue una elección natural para los psicópatas el ascender al poder y hábilmente poner sus botas en nuestras nucas. Gracias al extenso sufrimiento y vida de trabajo de Laura, ella revela lo que realmente nos hace falta a cada uno de nosotros para ser realmente libres. Mi mente deriva entre estas extraordinarias figuras y las personas por quienes se mantienen en pie y defienden. Hablo de una chica que vi parada afuera el otro día, su madre dejándola en el frío mientras se iba a otra fiesta, a su padre no se lo veía por ningún lado, y con buena razón. Esta chica era joven y habrás visto su cabello marrón alguna vez, su piloto amarillo que era de otra persona era tan grande que ella podía nadar dentro del mismo. Habrás visto antes sus ojos tristes y mojados.
Mientras yo abría la puerta la escuché lamentándose para que alguien en este mundo olvidado la cuide, para que su madre regrese por ella. De pronto comprendí que, en estas zonas de sacrificio cada vez mayores, ya pocos hablan su lenguaje. Ella está muda. Ella no existe para nuestra sociedad moderna. Así que aunque escucharan, no entenderían. No existe un programa informático en este planeta que pueda traducir para nuestra sociedad lo que significa ser una chica en una zona de sacrificio, su madre dejándola atrás para disfrutar horas de intoxicación y evitar la realidad. Con tristeza le conseguí refugio para la noche, y también encontré a sus hermanos. Pero aunque todavía puedo seguir escuchándola llorar, también puedo recordar el destello de esperanza en sus ojos cuando vio a sus hermanos nuevamente.
Y su contraparte, el joven muchacho que mordió su tarta dándole forma de montaña, solo para producir el cierre de la escuela porque alguna seguidora de autoritarios haciéndose pasar por maestra decidió que su forma se parecía más al de un arma. Un muchacho cuyo único crimen fue, en su infantilidad, emular la cultura patológica de violencia en la que nació. La misma cultura que se le volvió en su contra por hacerlo. ¿Y su respuesta? "Todavía tengo hambre." Muchacho, nosotros también, por muchas cosas, pero principalmente, por la Verdad.
No tengo miedo a la tristeza. No tengo miedo al dolor de ver la oscuridad que se ha desatado en este planeta. Porque mientras más veo, más activo me vuelvo, más luz encuentra la grieta por la cual brillar. Solo temo no ser tan activo como pude haber sido. Que haya una piedra sin dar vuelta.
Al final de esta locura colectiva que llamamos historia parece que solo podemos reaccionar ante "las adversidades de la vida" que caen desde el cielo. El psicópata tiene el terreno más elevado, y nosotros estamos atrapados por leyes, valores morales y costumbres patológicas que requieren obediencia y docilidad de cara al mal. Pero el psicópata no es dueño del terreno más elevado. El universo tiene la última palabra, y la misma es fuerte y furiosa en su condena por la inutilidad de la apatía e ignorancia humana. El cosmos provee el grito de batalla para sus hijos, y al final los engulle: Norteamérica se hunde en un pozo oscuro de desesperanza, aparentemente más allá de lo que se pueda hacer. La fiebre alcanza su clímax. Por ello es con tristeza que me regocijo en saber que ningún imperio dura para siempre. Me regocijo con tristeza porque todavía quedan unos pocos. Que el conocimiento, que la luz, nunca mueren. Larga vida al rey, al espíritu, a la esencia que bendice a los defensores de su reinado que no conoce límites, que conquista cada miedo. Que se levante de su tumba en la forma que él, o ella, elija.
Chris Hedges es uno de los últimos que quedan y que confronta al poder corporativo que ha tomado a Norteamérica por el cuello y la ha estrangulado hasta que su monedero se derrame sobre el suelo. Él es el Dietrich Bonhoeffer de Norteamérica. Es uno de los últimos en seguir de pie mientras aquellos con ojos para mirar giran sus cabezas para evitar lo que sus ojos ven. Todo el mundo se ha vuelto una zona de sacrificio. El centro de compras, la calle principal, Medio Oriente, África, y Sudamérica, el suelo sobre el que han caminado nuestras familias, e incluso nuestras familias están siendo sacrificadas por imbéciles cuyo único sentido de valor es su propia indulgencia. Hedges desafía abiertamente al poder corporativo. Abiertamente desafía al imperialismo. Desafía abiertamente al títere de Obama, demandándolo por atribuirse el derecho de extinguir arbitrariamente las vidas de los hijos e hijas de este mundo.
Hugo Chávez, otro de aquellos seres humanos normales con fallas humanas normales, adoptó el poder y lo dio vuelta para transformar al mundo en un lugar mejor. El imperio corporativo lo ridiculizaba por su sensibilidad hacia los pobres y hacia el espíritu humano. Al final, sus últimas palabras fueron que no quería morir: Chávez pudo o no haber sido asesinado, pero seguro sabemos quién se beneficia con su muerte. En nuestra cancerosa sociedad solo los mafiosos sobreviven y progresan. Pero Chávez hizo todo lo que pudo para que quienes lo siguieron la vida valiera la pena. Fue denigrado porque no transformaría a su país en una zona de sacrificio. Es demasiado pronto para decir lo que el futuro espera. Pero por su esfuerzo, las vidas de millones reflejan los esfuerzos que hizo para proveer justicia económica y social para las masas. Gracias a su sacrificio, Chávez vive en cada uno de ellos, por ahora.
Gracias a Laura Knight-Jadczyk, una de las últimas en mantenerse en pie por la plena verdad en una era de engaño total, la historia comienza a revelarla para nosotros. A pesar de años de calumnias y ataques organizados, ella sigue revelando la verdadera naturaleza de nuestro pasado, presente, y lo que podría ser nuestro futuro.
A pesar de la persistencia patológica de sus difamadores, y de hecho gracias a ellos, descubrió la ciencia psicológica y sociológica de la Ponerología. Ella trajo a la luz el secreto más oscuro del imperio y del decaimiento social descubiertos bajo el horror del dominio Nazi y Comunista. Ella lo rescató desde el borde del abismo, contactando a su pionero, el fallecido Andrew Lobaczewski, quien se encontraba marginalizado por redes patológicas. Profundizando en la búsqueda y atando los cabos de la historia oculta y censurada, ella descubrió el rol de las catástrofes cósmicas que empujan el rostro colectivo de la humanidad contra el lodo, luego de lo cual fue una elección natural para los psicópatas el ascender al poder y hábilmente poner sus botas en nuestras nucas. Gracias al extenso sufrimiento y vida de trabajo de Laura, ella revela lo que realmente nos hace falta a cada uno de nosotros para ser realmente libres. Mi mente deriva entre estas extraordinarias figuras y las personas por quienes se mantienen en pie y defienden. Hablo de una chica que vi parada afuera el otro día, su madre dejándola en el frío mientras se iba a otra fiesta, a su padre no se lo veía por ningún lado, y con buena razón. Esta chica era joven y habrás visto su cabello marrón alguna vez, su piloto amarillo que era de otra persona era tan grande que ella podía nadar dentro del mismo. Habrás visto antes sus ojos tristes y mojados.
Mientras yo abría la puerta la escuché lamentándose para que alguien en este mundo olvidado la cuide, para que su madre regrese por ella. De pronto comprendí que, en estas zonas de sacrificio cada vez mayores, ya pocos hablan su lenguaje. Ella está muda. Ella no existe para nuestra sociedad moderna. Así que aunque escucharan, no entenderían. No existe un programa informático en este planeta que pueda traducir para nuestra sociedad lo que significa ser una chica en una zona de sacrificio, su madre dejándola atrás para disfrutar horas de intoxicación y evitar la realidad. Con tristeza le conseguí refugio para la noche, y también encontré a sus hermanos. Pero aunque todavía puedo seguir escuchándola llorar, también puedo recordar el destello de esperanza en sus ojos cuando vio a sus hermanos nuevamente.
Y su contraparte, el joven muchacho que mordió su tarta dándole forma de montaña, solo para producir el cierre de la escuela porque alguna seguidora de autoritarios haciéndose pasar por maestra decidió que su forma se parecía más al de un arma. Un muchacho cuyo único crimen fue, en su infantilidad, emular la cultura patológica de violencia en la que nació. La misma cultura que se le volvió en su contra por hacerlo. ¿Y su respuesta? "Todavía tengo hambre." Muchacho, nosotros también, por muchas cosas, pero principalmente, por la Verdad.
No tengo miedo a la tristeza. No tengo miedo al dolor de ver la oscuridad que se ha desatado en este planeta. Porque mientras más veo, más activo me vuelvo, más luz encuentra la grieta por la cual brillar. Solo temo no ser tan activo como pude haber sido. Que haya una piedra sin dar vuelta.
Al final de esta locura colectiva que llamamos historia parece que solo podemos reaccionar ante "las adversidades de la vida" que caen desde el cielo. El psicópata tiene el terreno más elevado, y nosotros estamos atrapados por leyes, valores morales y costumbres patológicas que requieren obediencia y docilidad de cara al mal. Pero el psicópata no es dueño del terreno más elevado. El universo tiene la última palabra, y la misma es fuerte y furiosa en su condena por la inutilidad de la apatía e ignorancia humana. El cosmos provee el grito de batalla para sus hijos, y al final los engulle: Norteamérica se hunde en un pozo oscuro de desesperanza, aparentemente más allá de lo que se pueda hacer. La fiebre alcanza su clímax. Por ello es con tristeza que me regocijo en saber que ningún imperio dura para siempre. Me regocijo con tristeza porque todavía quedan unos pocos. Que el conocimiento, que la luz, nunca mueren. Larga vida al rey, al espíritu, a la esencia que bendice a los defensores de su reinado que no conoce límites, que conquista cada miedo. Que se levante de su tumba en la forma que él, o ella, elija.
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