El nuevo libro de Guido Knopp aporta datos inéditos

© German Federal Archives
Adolf Hitler y Eva Braun
El último estudio, publicado por el New York Times en marzo de este año, cifraba en más de 15 millones el número de víctimas del Holocausto nazi. 30.000 campos de trabajo forzado, otros 980 de concentración, 1.150 guetos... datos estremecedores que hace que muchos sigan buscando una explicación. Entre las muchas excusas que han sido publicadas siempre ha tenido mucho peso un posible trastorno bipolar de Adolf Hitler, que le hizo cometer semejantes crímenes. Ahora el libro de Guido KnoppSecretos de la Segunda Guerra Mundial(Editorial Crítica), bucea en los historiales médicos del Führer y en las declaraciones de aquellos que convivieron con él para mostrar hasta qué punto la salud (física y mental) del dictador influyó en sus decisiones.

A pesar de todos los datos ofrecidos sobre el delicado estado de Hitler, el libro concluye, citando a los investigadores Hans Joachim NeumannHenrik Eberle, que ni sus enfermedades, ni las drogas, ni los medicamentos fueron detonantes de su psicopatía, sino que era su propia personalidad primaria la que era así, "Hitler sabía lo que hacía y lo hizo con orgullo y entusiasmo". Y eso que según el libro por su cuerpo pasaron un gran número de sustancias ilegales.

Según la documentación recogida por Knopp, Hitler desarrolló una adicción a las pastillas que su doctor, Theodore Morell, le recetaba. Estas estaban compuestas de Pervitin, una metanfetamina hoy conocida como Speed. Este consumo prolongado agravaron su enfermedad de Párkinson e incluso provocaron en él un empeoramiento de su trastorno bipolar y el aumento de sus ideas paranoides. Una de los efectos secundarios de esta droga.

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Adolf Hitler en 1932
El consumo de Pervitin era muy popular entre los soldados alemanes en la Segunda Guerra Mundial, ya que ayudaba a dejar atrás los miedos y aumentaba el rendimiento físico, pero parece que los dirigentes alemanes también sucumbieron a su encanto. En el caso de Hitler debido a la confianza ciega que tenía en su doctor. Las secretarias del Führer, Christa Schroder y Traudl Junge, aseguraron después de su muerte que su jefe era adicto a Theodore Morell y que cada vez dependía más de aquella medicina que se producía especialmente para el dictador.

Esta no fue la única droga que consumió Hitler. Según el libro la cocaína fue la segunda de las sustancias que probó debido a sus achaques físicos. En este caso fue el doctorErwin Giesing el que para aliviar los dolores provocados por el atentado sufrido por el líder alemán el 20 de julio de 1944, le hizo tomar una solución al 10% de cocaína. Esta información es extraída del Informe de la asistencia médica que el propio médico escribió y en el que cuenta cómo el resultado fue sorprendente, ya que no sólo mejoró su estado físico, sino que pidió que se le administrara un par de veces por día.

Giesing volvió a facilitarle una nueva dosis, y al ver cómo le tranquilizaba pensó que ese era el momento en el que podría acabar con su vida. Una conmoción por sobredosis podría ser la forma de terminar con el mayor asesino de la historia de la humanidad. Cuando el médico consiguió el valor suficiente para introducir el bastoncillo de algodón impregnado de cocaína en la nariz de Hitler uno de sus asistentes irrumpió en la escena impidiendo un acontecimiento que hubiera cambiado el curso de la historia.

El testimonio escrito por Erwin Giesing nunca ha podido confirmarse y muchos investigadores han puesto en duda su veracidad. Principalmente porque sus declaraciones se producen siendo prisionero estadounidense, por lo que podría haber mentido y fantaseado con un posible atentado para escapar de una sentencia más dura.

Además de estas sustancias Hitler también consumía inyecciones de testosterona desde 1943. Recetadas por su incondicional médico, Morell, estas tenían la finalidad de aumentar su potencia sexual y su aplicación coincidía con los encuentros con su amante Eva Braun.

Gases, eccemas y ceguera

A pesar de la energía que desprendía en sus apariciones públicas la salud de Adolf Hitler siempre fue un tema que preocupó a sus médicos. Desde el final de la Primera Guerra Mundial estuvo afectado por calambres en el intestino que le provocaban serios dolores y gases (de los cuales se avergonzaba) que sólo consiguió paliar Theodore Morell. De aquí nació el especial vínculo entre ambos, a pesar de que el resto del círculo de confianza del dictador despreciara al doctor.
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Adolf Hitler con sus compañeros en la I Guerra Mundial
A estos problemas hay que sumar su mala visión. A su hipermetropía se sumó una ceguera temporal provocada al verse afectado por gas mostaza durante la Primera Guerra Mundial. Fuentes médicas opinaron que más que el propio gas fue el trauma por el conflicto bélico lo que hizo que Hitler perdiera la vista temporalmente durante tres días.

Por si todo esto fuera poco en 1941, tras discutir con su Ministro de Exteriores, Adolf Hitler sufrió un amago de paro cardiaco. Por ello se somete a dos electrocardiogramas que son mandados al especialista Karl Webber que pronto diagnosticó una esclerosis de los vasos coronarios.

Secretos de la Segunda Guerra Mundial desmonta también uno de los rumores más extendidos de la figura del dictador: que sólo poseía un testículo. La leyenda dice que el Führer lo perdió en el campo de batalla, algo que no pudo ocurrir ya que Hitler siempre se mantuvo en el servicio de correos, alejado de la primera línea de combate. Se termina así con una teoría que incluso provocó un canto de ánimo entre los soldados británicos que decían: "Hitler had only got one ball, the other is on the kitchen wall (Hitler sólo tiene un testículo, el otro está en la pared de la cocina)".