© http://lighthousebcn.com/
En los años 80, después de una lucha para restablecer la democracia en Argentina, con miles de desaparecidos, crispación de la sociedad, derechos suprimidos, en definitiva una persecución interna (de ideas) y una guerra externa (Malvinas), la democracia volvió. 

Se respiraba un aire distinto, el pueblo podía votar nuevamente, elegir a quiénes quería que le representaran. Un discurso del que fuera electo presidente decía que con la democracia se vive, se come, se educa y algunas otras expresiones más. Pasado el tiempo, a casi 30 años de esa primera elección, sin duda alguna que la dinámica democrática es un fiel reflejo de la patocracia ejercida por la clase dirigente.

Los partidos políticos, las alianzas, el que detenta el poder del momento de la historia, parecen ser distintos pero (en realidad son) de igual comportamiento. Se arrogan ser dirigentes que piensan en la gente común pero solamente, y en vista de los acontecimientos, sus apetencias personales y necesidad de poder son sus principales motivos para acceder a esos puestos. ¿Por qué digo que son iguales unos y otros? Porque cuando son oposición cuestionan las políticas que implementan los que gobiernan y, cuando son elegidos para gobernar, hacen lo mismo que criticaban.

Democracia, política, y corrupción: hermanas inseparables

En esta dinámica, los casos de corrupción son una constante. Se investigan hasta donde se permite, estableciendo "culpables" dentro de lo conveniente. Toda una red de protección generada desde la impunidad, la desinformación y la realidad cambiada y esculpida como por el mejor de los artistas, amparan a los verdaderos culpables. En el medio la gente común, mantenidos como en un corral, esperando que les toque el momento, que nunca llega.

Promesas hechas en todas las campañas políticas, promesas de crecimiento, de educación, de libertad que se contraponen con los hechos. Cada vez mas desocupados, y una inflación que deteriora los ingresos..

En el año 2000 Cristina Fernández de Kirchner (actual presidenta de los argentinos) manifestó "Si alguien no adhirió a los roles de oficialismo y oposición, soy yo" "He tenido posturas críticas de mi partido y de mi gobierno", dijo respecto a la gestión de su marido, Néstor Kirchner, al frente del gobierno de Santa Cruz. "El criterio no es tanto de colaboracionismo sino de apoyar aquello con lo que uno está de acuerdo, y disentir con lo que se está en desacuerdo", consideró, y agregó que hay quienes "han adherido a todo si fueron oficialistas y disintieron con todo cuando fueron oposición. [...] Hay que comenzar a respetar la palabra, que en Argentina está devaluada".

El 20 de junio de 2002, la actual presidenta presentó en su condición de senadora, junto a los legisladores Jorge Yoma, Marcelo Guinle, Liliana Negre de Alonso, Raúl Ochoa, Nicolás Fernández y Graciela Bar, un proyecto de comunicación en el que se solicitaba al entonces titular del Poder Ejecutivo, Eduardo Duhalde, y al Banco Central que se abstuvieran de disponer de las reservas monetarias.

La misma iniciativa, presentada en tiempos del corralito bancario y firmada por la actual presidenta de la nación, sostenía que "el Banco Central era un organismo descentralizado con total independencia de total subordinación al Poder Ejecutivo, facultades que le fueran otorgadas por la Constitución Nacional", además de hacer referencia al artículo 3° de la carta orgánica de la entidad monetaria, según el cual ésta no podría estar sujeta a "órdenes, indicaciones o instrucciones del Poder Ejecutivo". Un criterio que no parece prevalecer hoy, puesto que permanentemente toma reservas y deja "papeles" de deuda. 

En la actualidad, llega a acuerdos con las grandes compañías que envenenan el planeta, entregando los recursos naturales, bajo el pretexto de mejoras para todos (Monsanto, Barric Gold o quién ofrezca la mejor oferta), manteniendo subsidios y exenciones de impuestos para las empresas que se dedican a la explotación del juego o la renta financiera. Obra pública cuestionada por pago de sobreprecios, con un empresario que pasó de ser empleado bancario a uno de los contratistas mas ricos de Argentina, en solamente 10 años, construyendo caminos que no llegan a ninguna parte entre otros negociados.

Pero la corrupción no es un "privilegio" de las autoridades actuales. Vayamos un poco mas atrás en el tiempo...

Un pedazo de historia Argentina, ejemplo de dinámica patocrática

El 12 de junio de 1989 pasadas las 9:30 de la noche, Raúl Alfonsín, el presidente radical de Argentina que había iniciado su gobierno en medio de una fiesta democrática, apoyado por todos los argentinos y la comunidad internacional después de varios gobiernos militares, entregó un país al borde de la quiebra, con una inflación galopante de casi el 100% mensual y sumido en una crisis política difícil de superar. Un video de trece minutos de duración, lo mostró esa noche -en su despacho de la Casa Rosada- nervioso, cansado y derrotado.

Las semanas precedentes habían sido muy difíciles. Alfonsín había anunciado un plan con fuertes aumentos impositivos y disminución de subsidios, para controlar una inflación que superaba el 70% en mayo. Reimplantó el control de cambios, aplicó restricciones en la venta de divisas extranjeras y fijó precios máximos para los principales productos de consumo (situación parecida a la que se vive hoy).

La conmoción de la hiperinflación y un salario mínimo que de tener una equivalencia de más de US$ 100 en 1988, cayó a menos US$ 20, se tradujo en aislados intentos de saqueos, que finalmente se ampliaron a todo el país.

Y mientras el justicialismo (partido político argentino nacido en los años 50 de la mano de Juan Domingo Perón) y el radicalismo (partido político histórico nacido a finales del siglo XIX) acordaban adelantar la fecha de entrega del bastón presidencial a Carlos Saúl Menem - justicialista que el 14 de mayo triunfó en las presidenciales frente al radical Eduardo César Angeloz, cientos de pobladores de distintas ciudades del país se lanzaban a la calle decididos a llevar alimentos a sus hogares. Más de 57.000 personas participaron en 771 saqueos, que causaron 17 muertos, 307 heridos y 3.188 detenidos.

Junio comenzó con la imagen de Alfonsín recibiendo a Menem en la residencia presidencial de Olivos, en un encuentro con claro sabor a traspaso. Al mismo tiempo, el mandatario decretaba Estado de Sitio por 30 días para contener la ola de saqueos. Pocos días después, la decisión estaba tomada: Menem asumiría el 14 de julio, cinco meses antes de lo previsto.

Cuando fue elegido Presidente de Argentina, en 1983, Alfonsín heredó una crítica situación económica después de varios gobiernos militares, que además de llevar al país a una guerra (las de Malvinas) dejaron la economía en un estado lamentable. Alfonsín buscó combatir frontalmente la inflación, que alcanzó índices desastrosos -688%- al finalizar 1984. Las reducciones del gasto público fueron espectaculares en algunos rubros. El presupuesto de las fuerzas armadas, por ejemplo, pasó a representar un 18% del erario frente al 30% pasado. En junio de 1985, las autoridades económicas lanzaron con optimismo el Plan Austral, que congeló precios, tarifas de servicios y estableció una nueva moneda, vinculada al dólar: el austral.

Pero en los años siguientes la inflación siguió cercenando los ingresos reales de la población. Entre diciembre de 1983 y abril de 1989 se perdieron miles de empleos, el salario experimentó una drástica reducción, la recesión agudizó los problemas de las pequeñas y medianas empresas y la CGT (Confederación General del Trabajo) encabezó la resistencia a la política económica del mandatario. En ese período se efectuaron 14 paros generales.

Como si fuera poco, Alfonsín venía jaqueado por tres levantamientos militares entre 1987 y 1988.

Los tres últimos meses de su gobierno estuvieron marcados por la hiperinflación, con registros que oscilaron entre 100% y 200% mensual. Dos ministros de Economía -primero Juan Sourrouille y desde abril Juan Carlos Pugliese- y el presidente del Banco Central José Luis Machinea -que luego volvería a fracasar como ministro de Economía de De la Rúa, presidente argentino entre los años 1999 al 2000-, habían fallado en el intento de controlarla.

La economía lucía descontrolada y el Presidente Alfonsín sin respuestas. Sin embargo, la historia demuestra que en política no existen los cadáveres políticos. En el gobierno de De la Rúa (posterior al de Menem), Alfonsín no desperdició oportunidad para atacar el plan económico de Domingo Cavallo -el ministro de Economía, ni para reclamar, en nombre del partido Radical y del Frepaso, un cambio de rumbo económico y social.

La asunción del caudillo riojano (con el 47%) a la Casa Rosada en 1989, cinco meses antes del término del período presidencial de Raúl Alfonsín -dueño de la hiperinflación que heredó Menem, trajo consigo promesas de cambio y recuperación económica para Argentina.
Pero la década menemista, que incluyó dos períodos (1989-1994 y 1994-1999), se caracterizó por lapsos de prosperidad y escasez, respectivamente.

Con un discurso populista y social propio del justicialismo tradicional, recién asumido adhirió a la más radical de las políticas de libre mercado. Durante los dos primeros años, su gestión enfrentó una difícil situación económica, y sólo a partir de marzo del 91, con su cuarto ministro de Economía, Domingo Cavallo, el país encontró la estabilidad. Y con ellos, apareció un Menem amante de las luces y las frivolidades.

En agosto de 1989, Menem inició un programa de privatizaciones que incluyó la venta de casi todas las empresas públicas. Considerado un virtual "remate" de las compañías estatales, se estima que el Estado consiguió cifras superiores a los US$38 mil millones por este rubro. Y la dupla de Menem-Cavallo devolvió a los argentinos el éxito económico olvidado. El "Jefe" -como le decían sus colaboradores-, legitimado por sus éxito, hizo gala de sus excentricidades y de su pretenciosa personalidad: jugaba basquetbol con la selección argentina, fútbol con Maradona y golf con empresarios. Y luego de separarse de su mujer, Zulema Yoma, se hizo acompañar de vistosas vedettes y modelos.

Junto con esto, las acusaciones de corrupción nunca lo abandonaron durante su presidencia, pero la exultante economía acallaba cualquier crítica. A principios de su período cerca de 150 funcionarios públicos enfrentaron acusaciones por lavado de dinero, sobornos por licitaciones públicas, las que nunca prosperaron. El mismo camino siguió la acusación sobre tráfico de armas a Ecuador y Croacia. Pero la personalidad de Menem era más fuerte y mientras se le investigaba se paseaba en un Ferrari Testarrosa obsequiado por los italianos beneficiados por una millonaria concesión de aeropuertos. 

Los primeros años el Plan de Convertibilidad antiinflacionario redujo dramáticamente el gasto público y permitió la paridad entre el peso argentino y el dólar norteamericano, lo que redundó en una baja de la inflación a 7,4% en 1993. Además, el Producto creció a un 10,6% en 1991. No obstante, duraría hasta 1996, porque la prosperidad escondía una ascendente deuda externa y desempleo. 

En 1994, Menem impulsó la reforma constitucional que le permitió repostularse en 1995 nuevamente como candidato a Presidente (¿coincidencia con la actualidad?). En 1995, en el comienzo de la debacle del bienestar económico , Menem enfrentó la amenaza de la crisis económica mexicana -Tequilazo- con un férreo programa de medidas. Cavallo ordenó cortes presupuestarios y el 14 de mayo de ese año, Menem fue reelecto con el 50% del apoyo popular. 

Sin embargo, el "respaldo" conseguido también tuvo su precio. El gasto social se elevó, entre 1993 y 1999 en un 93% y el desempleo alcanzó a dos millones de argentinos a mediados de 1996. Mientras tanto, la deuda externa aumentó un 57% respecto de 1991 A pesar de que la deuda del sector público alcanzó el tope anual durante el primer trimestre de 1996, sólo cuando Cavallo amenazó con revelar información sobre casos de corrupción, Menem lo destituyó al instante. Su sucesor, Roque Fernández, mantuvo la política de superar el déficit fiscal, el desempleo y la recesión, pero no logró su meta.

En 1998 comenzó una recesión que completó tres años con desastrosos resultados. Pero esto no impedía que Menem se paseara por los mejores country del país y que en su casa siempre estuviera rodeado por personas de dudosa reputación. Ni siquiera la muerte de su hijo -que no quiso se investigara, se habló y se habla al día de hoy de un atentado- cambió el rumbo frívolo que había iniciado.

A mediados del gobierno de De la Rúa, Menem intentó llenar los espacios de impopularidad que dejaba el presidente. Sin embargo, la investigación por el tráfico de Armas Croacia y Ecuador -propiciada por De la Rúa- llevó a Menem a un arresto domiciliario por cinco meses, que finalmente terminó con el ex presidente libre y con el mandatario pidiendo su apoyo para lograr un acuerdo y superar la crisis. 

En 1997 el FREPASO conformó con la Unión Cívica Radical la Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Educación, obteniendo un resonante triunfo en todo el país en las elecciones legislativas de octubre. En dos años Fernando de la Rúa dilapidó 30 años de actividad política. Fue el senador más joven en la República Argentina y uno de los dirigentes más escuchados del radicalismo. Un emblema de probidad y lucha contra la corrupción. Esa fue su carta de triunfo en 1999 cuando derrotó al Peronismo. Pese a haber recibido un país semi derrotado, las expectativas de los argentinos se habían renovado.

Sin embargo, en la mitad de su período, De la Rúa debió huir en helicóptero desde la Casa Rosada, con masas de gente en la calle, una deuda externa de US$132 mil millones, el riesgo país por sobre el récord de 4.100 puntos y un desempleo que formalmente superaba el 18%.

Pero no todas las culpas recaen sobre él. Cuando asumió en diciembre de 1999, Argentina ya arrastraba una deuda externa abultada y una recesión económica desatada. De ahí en adelante, De la Rúa mostró una serie de debilidades económicas y políticas, que no exhibió como senador de la Capital Federal ni como jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires.

Consciente de sus errores iniciales, De la Rúa nombró como ministro de Economía a Carlos Machinea, cabeza del Banco Central durante el gobierno de Raúl Alfonsín y uno de los responsables de la caída anticipada del político radical. Sin mucho prestigio internacional, Machinea tuvo problemas para llevar adelante sus políticas y en mayo del 2000 el desempleo se habían disparado a un 15,4%. Pese a ello, a De la Rúa le faltó la lucidez necesaria para reemplazar al ministro.

Las fuerzas sindicales agrupadas en la CGT -dominadas por el peronismo- convocaron a dos paros nacionales en los primeros seis meses de gobierno. En octubre del 2000, la Alianza de Gobierno -formada por los radicales y el Frepaso, una alianza de centro izquierda encabezada por Carlos "Chacho" Alvarez- sufrió un fuerte golpe, cuando se denunció que varios senadores habían sido sobornados para aprobar una reforma laboral más flexible. El escándalo terminó con la renuncia de Alvarez a la Vicepresidencia, la ruptura de Alianza de Gobierno y la suspensión de créditos por parte de los organismos internacionales. A partir de entonces De la Rúa quedó sin poder político ni capacidad financiera.

Se ha escrito que De la Rúa hizo su carrera sobre la base de la mesura y la honradez. Pero la crisis económica y política avanzaba tan rápido, que su parsimonia no funcionó.

A fines del 2000 el fantasma de la moratoria rondaba en Argentina y el FMI le entregó un blindaje de US$ 40 mil millones, que le dio un respiro al país. Una tranquilidad que sólo duró hasta comienzos de marzo, cuando la crisis turca golpeó a los países emergentes y especialmente a Argentina.

Machinea no superó la presión y renunció el 2 de marzo. A esas alturas ni siquiera los dirigentes de su partido apoyaban a De la Rúa. Mientras, Alfonsín y algunos parlamentarios radicales fustigaban su política económica. El mandatario se quedaba cada vez más solo.

Fue Ricardo López Murphy, que reemplazó a Machinea en la cartera de Economía, quien advirtió la necesidad de implantar fuertes medidas económicas. Tres ministros se opusieron y De la Rúa no fue capaz de evitar el fin de su ministro, que apenas duró 14 días en el gabinete.

En un escenario de crecientes huelgas encabezadas por el líder sindical y peronista Hugo Moyano, De la Rúa decide nombrar en Economía al autor del plan de convertibilidad, un economista que en el exterior tenía la credibilidad que a él le faltaba: Domingo Cavallo.Además, el ex ministro de Menem había obtenido cerca de un 16% en las últimas elecciones, lo que le daba una base que De la Rúa tampoco tenía. En las encuestas el Presidente sólo conseguía un 14% de adhesión.

Pero la última carta de De la Rúa tampoco resultaría. El viernes 14 de diciembre comenzarían los disturbios y saqueos que terminaron con 31 muertos, cientos de locales y supermercados saqueados y el desorden total en el micro centro boanerense. Esto marcaría con el que fuera el fin de un político que hasta diciembre de 1999 sólo había logrado éxitos.

Algunas palabras finales

Los gobiernos pasan, las crisis se repiten, se repiten los comportamientos patocráticos de los dirigentes eventuales, sin importarles el bien común de la gente, solamente su beneficio personal, los acuerdos con los grandes grupos económicos, fiscales que no se animan a investigar, jueces que no se animan a condenar a pesar de las pruebas contundentes a los corruptos de turno, y la constante de los gobiernos de mantener a las masas entretenidas, diciéndoles los que esperan escuchar, sedadas, dopadas, viviendo de la ilusión, sin ver el verdadero rostro de los que detentan el poder, de su estrategia. Políticos que se reinventan permanentemente, pasan de un gobierno a otro, son aliados, luego enemigos, pero siempre socios. 

Mire a su alrededor, tómese un tiempo y compare estos comportamientos con los de la clase dirigente de su país; verá que no dista mucho de lo aquí descripto.

Andrew Lobaczewski (Ponerología Política) en uno de sus párrafos dice:
Desde hace un tiempo inmemorial, el hombre sueña con una vida en la que sus esfuerzos por acumular beneficios puedan ser puntuados por descanso, tiempo durante el cual él disfrutará de esos beneficios. Aprendió a cómo domesticar animales para acumular beneficios, y cuando eso ya no colmó más sus necesidades, aprendió a esclavizar a otros seres humanos simplemente porque él era más poderoso y podía hacerlo.

Sueños con una vida feliz de "beneficios más acumulados" de los cuales beneficiar, y más tiempo libre durante el cual disfrutarlos, dio lugar a la fuerza sobre los demás, una fuerza que corrompe a la mente del que la usa. Es por eso que los sueños de felicidad del hombre aún no se han hecho realidad a lo largo de toda la historia: la visión hedonística de la "felicidad" contiene la semilla de la miseria. El hedonismo, el perseguir la acumulación de beneficios con el único propósito del goce propio, alimenta el ciclo eterno en el cual los tiempos buenos conducen a los tiempos malos.

Durante los buenos tiempos, la gente pierde noción de la necesidad de pensar, de introspección, del conocimiento de los demás, y de la comprensión de la vida. Cuando las cosas van "bien", la gente se pregunta si vale la pena ponderar la naturaleza humana y en los trastornos de la personalidad (la propia o la de otro). En los buenos tiempos, generaciones enteras pueden crecer sin entender el significado creativo del sufrimiento ya que nunca lo ha experimentado personalmente. Cuando todos los placeres están aquí para ser tomados, el esfuerzo mental y las leyes de la naturaleza - para adquirir conocimiento que puede no estar directamente relacionado con la acumulación de objetos materiales - parece una labor sin sentido. Tener una "mente saludable," y positiva - un buen deporte sin nunca una palabra de desaliento - es visto como algo bueno, y a cualquiera que prediga graves consecuencias como resultado de tal despreocupación se lo trata de aguafiestas.
Fuentes
- Diario La Nación (Argentina)
- Diario La Tercera (Chile)
- Andrew Lobaczewski (Ponerología Política)