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Frédéric Lordon
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Asistimos, como nunca antes, a la imposición más mezquina del capital sobre las clases trabajadores y populares. Como ya señalábamos en el editorial de ECCE de finales de mayo del 2012: "Recortar para destruir los servicios públicos básicos, reformar para despedir trabajadoras sin límites y rescatar para socializar las pérdidas del mismo sector financiero que desencadenó la crisis". Esa es la estrategia del capital que avanza sin freno alguno.
La Troika, su representante institucional, oculta bajo su rostro a los que, en la sombra, organizan el mundo a su antojo. Oprimen y espolean pueblos y naciones bajo el yugo de la falsa competitividad, la inútil eficiencia y la ineficaz austeridad. Se encargan de, en palabras de Lordon "maltratar, bajo la enseña de la gran integración económica mundial, a los cuerpos sociales como lo ha hecho la globalización actual", concluyendo él mismo que ésta "es la manera más segura de enfurecer a la gente".
Las condiciones para el enfurecimiento están dadas y la sociedad comienza a despertar del largo letargo. De hecho, como dice Lordon: "habría material para reescribir una versión actualizada de La gran transformación de Karl Polanyi, recuperando la idea de que los cuerpos sociales atacados por el liberalismo siempre acaban reaccionando, y a veces de forma brutal, en proporción a lo que previamente han padecido y «acumulado». En este caso no se trata tanto de la descomposición individualista derivada de la mercantilización de la tierra, el trabajo y la moneda lo que podría suscitar esa reacción violenta, como del insulto repetido al principio de soberanía como elemento fundamental de la política moderna". De esto concluye que "no se puede dejar a los pueblos de forma permanente sin su soberanía, nacional u otra, porque la recuperarán por la fuerza y de una forma poco agradable a la vista."
Buena nota de ello han tomado los gobiernos imponiendo una dura represión contra cualquier movimiento -ya sea "tibio", como el 15-M, o más candente como el conflicto en las cuencas mineras del país-. Actúan los gobiernos en este caso, como no nos cansamos de repetir, como el comité ejecutivo de la clase dominante, imponiendo a rodillo el mismo mantra neoliberal que nos ha traído a la actual situación. ¿Ha vuelto el No Future ochentero o buscamos el porvenir con ciertas perspectivas de ruptura con el (des)orden establecido y de transición hacía un mañana mejor?
Es impensable concebir una situación sostenida en el tiempo en el que la brecha entre gobernantes y gobernados es tan grande. Una situación así, donde la sociedad comienza a cuestionarlo todo, es inestable por naturaleza. Cuando las instituciones carecen de legitimidad y los cuerpos sociales responden contra ellas, el cambio social, político y, necesariamente, de modelo económico es más que previsible. "La acumulación de los errores de las «élites» actuales, incapaces de ver que sus «racionalidades» a corto plazo sustentan una gigantesca irracionalidad a largo plazo es lo que nos permite que esperemos ver que este sistema se desmorona en su conjunto". No está siendo el acierto de algunos iluminados, señalando las contradicciones propias del sistema, el que está decantando la balanza a favor de la insurrección social, sino más bien al contrario, es el propio sistema el que se está encargando de mostrarle al mundo su propia naturaleza destructiva, mientras siguen forjándose los cimientos de un cambio que es a todas luces ineludible a medio plazo.
Un sistema devorador e insaciable como el capitalista es insostenible, y buena cuenta se viene dando de ello desde hace décadas por personas críticas y movimientos contestatarios. Sin embargo parece ser que quienes más se aprovechaban del funcionamiento del sistema eran aquellos que peor lo conocían y que de una manera más directa lo estaban condenando. Aquellos altos funcionarios que, destruyendo lo público -¡como gestores y responsables!- buscaban el salto a lo privado, como ya señalaban Inés Marco y Albert Sales, e iban apuntalando poco a poco este gran desmoronamiento que estamos a las puertas de contemplar. Aquellos que, con el más absoluto desprecio a la democracia y a la soberanía han vendido pueblos y naciones a precio de coste para el beneficio propio han sido los que han revelado la verdadera forma de actuar del sistema frente a la sociedad. Como dice Lordon este salto a las corporaciones privadas les ha permitido "integrarse encantados en la casta de las elites indiferenciadas de la globalización". Son ellos los que, inconscientemente, han armado a la sociedad de razones para echar abajo el muro de la opresión y poner los cimientos de otro modelo económico desde la base, tomando la sostenibilidad y la cooperación como directrices que guíen nuestros pasos.
Pero no sólo ellos, los directamente implicados, han conseguido sacar a flote toda la podredumbre y la insostenibilidad del sistema, sino que también encontramos, y Lordon así lo señala, a "aquellos colaboradores de facto como los partidos de oposición que ya no se oponen a nada o burocracias sindicales que se han convertido en expertas en perder en las arenas las cóleras populares". Aquí vuelve a replantearse la cuestión de los sujetos del cambio social, más allá de la desgastada representación de las clases trabajadoras que ejercen las organizaciones de la izquierda política y sindical o de la legitimidad decadente de las instituciones públicas que emanan del pacto social que se dio en occidente en tiempos de posguerra. Porque, según Lordon:
"Aparte de las minorías intelectuales y militantes, el mundo se divide entre los gobernantes cuya actividad a tiempo completo es dirigir la vida de los demás y los gobernados que dedican lo esencial de su tiempo a ocuparse de su reproducción material y de hecho se remiten en todo lo demás a la pasividad de aquellos que les rigen. Esta elemental asimetría temporal entre organizadores, delegados y pagados a tiempo completo para organizar, y los «organizados», acaparados «oportunamente» por las necesidades de su propia supervivencia, es la garantía más segura de la estabilidad del poder por medio de un simple efecto de saturación temporal."
Esto le lleva a revitalizar la militancia combativa y no enfangada en lógicas corporativas o en confrontaciones cainitas, que sólo conducen a la neutralización de la militancia permanente y honesta de tantas y tantas personas de buena voluntad. Porque:
"Los militantes, en todo caso aquellos que no son activistas profesionales, remunerados como tales por una organización, saben bien lo que cuesta en fatigas suplementarias o en poner en tensión su vida personal el hecho de salir de la pasividad a la que normalmente les condenaría su condición material: después de ocho horas diarias de trabajo, los «organizados» solo tienen intersticios (la última hora de la tarde, a veces las noches, los fines de semana) para encontrar peros a los organizadores, los cuales, después de haber «organizado», se van a dormir. La fuerza de gravedad resultante de esta división del trabajo es el segundo plano que hay que tener en mente para darse cuenta en primer lugar de hasta qué punto es milagroso el que surja un movimiento social de cierta magnitud, en todo caso para darse cuenta de todos los obstáculos, temporales, es decir, materiales, que ha tenido que vencer."
Pero en este momento de creciente indignación y rebeldía las luchas sociales se han venido organizando de forma dispersa, sin aglutinación más allá del propio movimiento, sin puntos en común o sin "polos de focalización" por usar las palabras de Lordon.
"El drama actual del período se debe a la ausencia de cualquier fuerza política en torno a la cual hacer que se precipiten los efectos comunes de cólera e indignación. Y este es el problema: no hay que sobrevalorar la capacidad de las multitudes para auto-organizarse a gran escala. El periodo actual lo demuestra a contrario puesto que ninguno de los cuerpos sociales maltratados por las políticas de austeridad ha superado todavía el estadio de las manifestaciones esporádicas y sin continuidad para entrar en un movimiento de sedición generalizado. Sin duda se enfadarán conmigo los amigos de la multitud libre sujeto de la historia, pero me pregunto si para manifestar su propia fuerza política este no necesita un «polo» que focalice y condense y que la haga «coherente». Salvo que siga siendo difusa, la multitud necesita unos puntos focales en los que «las cosas se precipiten», por medio de los cuales adquiera consistencia y conciencia de sí misma, aunque no ignoro en absoluto todo lo que puede pasar a continuación de captación y de desposesión a partir de estos puntos focales... pero, a fin de cuentas, no es aquí donde se va a solucionar el problema de la horizontalidad democrática, aunque al menos se pueda decir que, precisamente, esta última es un problema y no una evidencia"
En este contexto de emergencia de nuevos sujetos o segmentos de las clases trabajadoras al albor de la terciarización de la economía y de la precarización creciente en los estratos laborales subcontratados o autónomos, las organizaciones sindicales de toda índole, de la mano de los colectivos sociales y grupos disidentes, no pueden perder la oportunidad de darse a la batalla, movilizado todo un crisol de personas que estamos dispuestas a remar con convicción y perseverancia. A resistir y crear alternativas en el plano social y comunitario, sin duda, pero también en la revitalización de la política, en la articulación institucional de nuestras necesidades comunes de coordinación a gran escala. Urge, ante el panorama que nos espera y los tiempos decisivos que llegan, la consecución de acuerdos mayoritarios, de grandes acuerdos entre diferentes organizaciones y movimientos que centren su objetivo en la superación del sistema capitalista hacia otro modelo más humano, sostenible, cooperativo y solidario. Urge, por tanto, limar purismos y aplazarlos, pues el reto al que hay que hacer afrenta sólo puede ser contestado por la mayoría social organizada en torno a un programa común de respuesta social ante el capitalismo.
Esto lleva a replantear la idoniedad de las vías electoralistas. Lordon, pone para ello el ejemplo del 15-M al decir, amparándose en el articulo de Sartre, que "a todas luces los Indignados españoles sacaron a una enorme cantidad de personas a la calle... pero, ¿con qué resultado electoral? [...] los Indignados españoles salen a la calle... y se encuentran con el Partido Popular de Rajoy. Es para llorar.". Y más allá del caso español sigue mirando al futuro con la dureza del realismo combativo:
"En este paisaje en el que todo está fiscalizado, en el que la captura «elitista» ha aniquilado toda fuerza de llamada, acabo por decirme que solo hay dos soluciones para reiniciar el movimiento: un deterioro continuo de la situación social, que llevará a que una parte mayoritaria del cuerpo social franquee unos «umbrales», es decir, a una fusión de las cóleras sectoriales y a un movimiento colectivo incontrolable, potencialmente insurreccional; o bien a un desmoronamiento «crítico» del sistema bajo el fardo de sus propias contradicciones (evidentemente, a partir de la cuestión de las deudas públicas) y de un encadenamiento que lleve de una serie de fallos soberanos a un colapso bancario, aunque esta vez diferente de la opereta «Lehman»... Digamos claramente que la segunda hipótesis es infinitamente más probable que la primera... aunque a cambio quizá tenga la propiedad de desencadenarla acto seguido. En todos los casos habrá que apretarse extraordinariamente el cinturón. Y, sobre todo, seguir reflexionando sobre las formas políticas de un movimiento social capaz de evitar todas las derivas de tipo fascista."
Y no duda en concluir de una forma extremadamente polémica, a la que sobra todo comentario, dada su rotunda claridad:
"Al comprobar el grado de bloqueo de instituciones políticas que se han vuelto completamente autistas y prohíben ahora todo proceso de transformación social en frío, también me digo a veces que quizá haya que volver a pensar la cuestión «ultra tabú» de la violencia en política, aunque solo sea para recordar a los políticos esta evidencia conocida por todos los estrategas militares de que un enemigo nunca está tan dispuesto a todo como cuando se le ha llevado a un callejón sin salida. Ahora bien, parece por un lado que los gobiernos, totalmente sometidos a la calificación financiera y consagrados a la satisfacción de los inversores, se están volviendo tendencialmente enemigos de sus pueblos y, por otra parte, que si a fuerza de haber cerrado metódicamente todas las soluciones de deliberación democrática, solo queda la solución insurreccional, no habrá que extrañarse de que la población, llevada un día más allá de sus puntos de exasperación, decida adoptarla, precisamente porque será la única."
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