La reciente y controvertida muerte del líder venezolano Hugo Chávez ha dado lugar a extensos escritos sobre su persona, su gobierno, su país, y su intervención en medio de una latinoamérica sometida a los designios de los países más poderosos, y un mundo tendiente a la hegemonía centrada en un pequeño y oscuro grupo de sujetos y organismos que manejan los hilos del poder en perfecta sincronía con sus particulares intereses.
Mucho se ha dicho, y mucho se dirá; abundan las loas al héroe desaparecido, y los certeros ataques a sus cuestionados modos de gobernar. Algunos lo encumbran como representante de valores casi olvidados en nuestra moderna sociedad. Justicia, igualdad, libertad, y otras bellas palabras se asocian con adornos dignos de una aventura épica al fallecido líder. Otros, sus detractores, describen y detallan el reguero de injusticia, censura, demagogia, y despilfarro irresponsable que ha signado su extenso paso como presidente de los venezolanos.
¿Quién dice la verdad? ¿Qué nos ocurre que podemos afirmar de un mismo sujeto que posee características tan dispares, tan opuestas?¿Cuál es el verdadero rostro de estos carismáticos líderes que con sus seductoras figuras cautivan la voluntad de grandes masas populares, y provocan el odio extremo de sectores enteros de la sociedad?
En latinoamérica hemos conocido varias figuras similares al líder venezolano. Sólo en el siglo XX hemos visto pasar a Porfirio Díaz y Álvaro Obregón en México, Juan Domingo Perón en Argentina", Getúlio Vargas, fundador del Estado Novo en Brasil, y Rafael Trujillo, "El Benefactor" de los dominicanos. Todas figuras que han dejado una profunda huella en la historia de sus países y también en las crónicas históricas del mundo.
Cuando recorremos con una mirada objetiva y sin pasiones el paso de estos controvertidos héroes por la conducción de sus pueblos, emergen un conjunto de circunstancias comunes que pueden observarse siempre acompañándolos. La primera, y quizá la más notable, es la polarización de la sociedad. Las masas populares, integradas fundamentalmente por los sectores más postergados de la sociedad, lo apoyan incondicionalmente. En contrapartida, los sectores oligárquicos o mejor acomodados de la población ejercen una brutal oposición. También son observables otros componentes que frecuentemente van asociados al paso de estos carismáticos líderes: la preocupación - al menos en los momentos iniciales de su intervención - por equilibrar la distribución de las riquezas sobre todo en los sectores más marginados, el uso de bellos discursos evocando a héroes del pasado o sentimientos ligados a las raíces nacionales, actos demagógicos tendientes a lograr el beneplácito de las masas, el empleo de grandes recursos destinados al despliegue de un aparato de control y propaganda, y una marcada oposición al accionar imperialista de los grandes poderes globales concentrados en unos pocos. Todos son rasgos que de algún modo u otro signan los mandatos de estas figuras.
¿Pero qué lleva a estos destacados personajes a encumbrase como líderes indiscutibles de sus pueblos?
Ascenso y caida
Hagamos un esfuerzo colectivo por entender cómo comienzan y terminan estos extraordinarios períodos donde estos notables personajes cambian, aunque sea durante un corto lapso, el curso de los acontecimientos. Para tamaña tarea empecemos por delinear el contexto socio-económico que suele hacer las veces de catapulta para impulsar el advenimiento de estas figuras al gobierno.
Un rápido recorrido por los momentos históricos previos al surgimiento de estos singulares líderes populares nos enseña un estado extremo de estrés social: la caída abrupta de la confianza del pueblo en sus gobernantes, crecientes y descontroladas protestas y huelgas acompañadas por violencia y represión, grandes sectores sociales sufriendo extrema pobreza y carencia de acceso a las necesidades básicas de salud y alimento, fraudes y corrupción en la clase política y los sectores donde se encuentra concentrado el poder, ... en fin, reina la inestabilidad social y una sensación de que el "orden institucional" puede desbaratarse en cualquier momento. El enojo de las masas se hace inmanejable y todo parece precipitarse hacia un abismo.
Es justo en medio de este caldeado clima social, y cuando las circunstancias parecen conducir a un inevitable colapso, que aparecen estos carismáticos líderes. Hay que entender que estamos hablando de momentos de crisis extrema y prolongada, no de eventuales crisis temporales que a fuerza de "remiendos" de poco alcance, propaganda, y distracción, los gobernantes de turno suelen sacar adelante y diluir. Los casos a los que nos referimos son aquellos en los cuales la miseria y el sufrimiento se han extendido a grandes sectores sociales, han durado décadas, y todos los métodos de control de daños de los gobiernos que han manejado los hilos durante años se hacen ineficaces para controlar el enojo y la frustración de las masas. Es por eso que estas singulares figuras no son tan frecuentes; el caldo de cultivo necesario para su surgimiento debe ser muy específico, no se trata de masas disconformes simplemente.
Entonces cuando las circunstancias propicias se combinan con algunos factores singulares, como la cultura, y por supuesto, la existencia de una persona capaz de calzar los zapatos del líder popular, se llegan a estos puntos de inflexión históricos, en donde el rumbo de los acontecimientos parece cambiar de curso.
Al principio, cuando aparecen en escena, cautivan a las masas con una retórica simple, hablándole al pueblo con su mismo léxico. Tienen la extraordinaria habilidad, conscientes o inconscientes de ello, de crear una paradoja que es aceptada sin la más mínima resistencia por las masas sufrientes: se presentan como uno más de ellos, y al mismo tiempo se erigen como su mesías, como líderes únicos que encarnan atributos poco comunes que los transforman en los salvadores, los adalides de los oprimidos.
Paulatinamente el pueblo que poco tiempo atrás se encontraba en estado de shock, traumatizado por sus carencias, y desesperado por la incertidumbre respecto a su futuro, comienza a sentirse comprendido, y deposita toda su confianza en "el salvador", en este hombre que interpreta sus necesidades, que le promete devolverle lo que por derecho le pertenece. Y así comienza un romance sin igual, en donde el pueblo abraza con afecto y devoción a su benefactor, y éste, desde su trono legítimamente ganado, gobierna para su gente prodigando dones, equilibrando desigualdades y dando oportunidades a quienes no las tenían.
Las abultadas masas populares, presas de un profundo sentimiento de gratitud, entran en un estado letárgico en donde prima la devoción y laidolatría hacia su protector. El amado líder,entronizado por su pueblo, alimenta un sentimiento creciente de predestinación a la grandeza.
Pero lo que parece el final de un hermoso cuento de hadas, el ansiado "y fueron felices para siempre", es apenas el comienzo de una novela dramática que anticipa un final triste y doloroso.
Una vez instalado en el poder, el carismático líder se ve en la compleja situación de gobernar en un contexto que no le es favorable en absoluto. Sectores que durante años han gozado de privilegios extraordinarios, de pronto se ven despojados de ellos y se constituyen en sus acérrimos enemigos. En general suelen contar con recursos económicos suficientes como para desplegar un vasto ejército con un objetivo bien preciso: derrumbar a cualquier costo su gobierno. Estos grupos poderosos suelen poseer directa o indirectamente medios de comunicación de alcance masivo. Allí se libra la gran batalla. Paralelamente estos mismos grupos representan fronteras adentro intereses foráneos de grandes corporaciones y gobiernos extranjeros. Como testaferros de éstos, esta oligarquía enfurecida cuenta con un eficiente aparato de propaganda puertas afuera que desdibuja globalmente lo mucho o poco que el líder y su gobierno popular hayan hecho por el pueblo. También como testaferros cuentan con recursos extras facilitados por su "patrones" extranjeros.
En este contexto la figura del paladín de los desamparados entra en franca erosión. Ahora, bajo el fuego de las huestes oligárquicas que ponen en evidencia todos sus defectos, errores, y omisiones - pasados desapercibidos hasta el momento por el pueblo agradecido, la imagen se deteriora, los enemigos se multiplican, y obtener el apoyo de las masas se transforma en una labor de tiempo completo. Así el héroe popular ingresa en una partida nada fácil de ganar. Los enemigos mienten, exageran, sacan de contexto, desinforman, ... él no puede hacer menos que eso. Poco a poco se gesta el ejército del gobierno. Canales de televisión, radios y diarios, son la primera avanzada. Recursos del estado son invertidos para alimentar todo este aparato. Al mismo tiempo, para minar los esfuerzos de la oposición se recurre a la censura, la coacción, la apropiación y manipulación de los organismos que fiscalizan el desempeño del estado, y se lleva la demagogia a extremos inconcebibles.
Los incondicionales, en su mayoría los más abandonados por anteriores gobiernos, acompañan a su "patrón" sin cuestionamientos, sin considerar ni siquiera sus más obvios errores. Pero un sector de la sociedad, movilizado en parte por una afinado aparato de difusión y propaganda que no da tregua, y en parte lícitamente preocupado por los excesos cada vez más frecuentes y evidentes por parte del gobierno, se distancia, y sin ser realmente conscientes toman partido por la oposición, por ese monstruo herido que se niega a dejarse domesticar. No suele haber lugar para posturas racionales y objetivas, distanciadas de ambos bandos, posturas propias de quienes pueden vislumbrar un panorama algo más amplio y real que la versión parcializada a conveniencia de uno u otro lado.
De este modo se libra una sangrienta batalla donde el único vencido es el pueblo en su totalidad: los partidarios del "gran benefactor", y los sectores sociales opositores. Los únicos vencedores, como es fácil prever, son las oligarquías, esas camarillas adineradas que siempre trascienden las épocas, los partidos políticos, las ideologías, las personas y los gobiernos. Ellos están ahí siempre, pueden esperar uno, dos, o tres mandatos. Saben que no importa cuánto se tarde, siempre hay una forma de desbancar a un héroe popular. Persuasión, extorsión, difamación y campañas de mentiras, son sólo parte de su abundante arsenal. Cuando todo esto falla es posible que lleguen al asesinato. De una u otra manera el tiempo de estas figuras se termina. Los años felices se desvanecen lentamente y sólo queda para algunos el recuerdo idealizado de un Robin Hood encarnado. Por décadas esta poderosa imagen seguirá influyendo en los acontecimientos.
Sobre héroes y seguidores
Lo que resulta por demás interesante es que muchos de nosotros hemos sentido admiración, o cuando menos simpatía, por estas notables figuras populares. Su aparición en medio del caos, su real o aparente oposición a los intereses del "imperio", su preocupación por los más desamparados, ... ¿cómo no ha de despertar en nosotros agradables e intensos estados emocionales? Es el héroe arquetípico, el valiente que enfrenta sólo a capa y espada a todos los villanos.
Pero somos seres complejos que además de sentir emociones tenemos el potencial de ser racionales, y es necesario - me animo a decir indispensable - entender de dónde provienen estas emociones para no perder contacto con la realidad.
Vivimos asqueados por el horror sembrado a diestra y siniestra por un pequeño grupo de psicópatas que domina a voluntad el mundo. Muerte, miseria, enfermedad, engaño, nos rodean a diario y nuestra tolerancia finalmente colapsa. En esta particular circunstancia estos singulares personajes son como destellos de luz, de justicia, de virtud... en fin, una especie de remanso, y como tal no podemos evitar sucumbir a la tentación de recostarnos a descansar en él.
Pero es nuestra obligación permanecer lo más cercano a la verdad como nos sea posible. Estas figuras populares son encantadoras en la mayoría de los casos, pero albergan aspectos tan oscuros como cualquier ser humano, y por lo general no pueden o no quieren hacerse conscientes de ellos.
Su ego suele ser desmedido. Buena parte de su accionar es tendiente a mantener su condición de superhombre. La adoración de las masas obnubiladas fortalece su convencimiento en que un destino grandilocuente ha sido reservado para él. Su autoimagen, distorsionada por la dinámica de esta apasionada relación con su pueblo, crea una barrera infranqueable entre su mundo personal y subjetivo, y la realidad. En poco tiempo todas sus energías son invertidas en mantener esta condición de ser único, irrepetible. No hay sucesores, no hay reemplazos.
Entre el amado líder y su pueblo se desarrolla una relación simbiótica en donde las debilidades de uno y otro se refuerzan dando como resultado un distanciamiento de la realidad cada vez más pronunciado. Ambos alimentan fantasías, ambos ingresan en un estado narcótico donde la realidad es distorsionada para ajustarse a las expectativas y necesidades de cada uno.
¡Patocracia, siempre patocracia!
Y sí, son los psicópatas en la cima del mundo los que siempre alzan la copa del triunfo. En un mundo patocrático, es decir, gobernado por psicópatas, todo lo que procede de él es creado con el único fin de mantener funcionando la monstruosa maquinaria de manipulación y control.Sin conocimiento, sin libertad, y sin conciencia, no hay forma de provocar, o al menos posibilitar, un cambio sustancial.
Los líderes populares emergen en medio de circunstancias que apenas alcanzan a entender, sólo perciben los síntomas de una enfermedad, pero no comprenden realmente donde se origina. En consecuencia apenas alcanzan a mitigar temporalmente algunas de las manifestaciones visibles de esa afección, pero ni remotamente se acercan a la cura.
Estos singulares personajes surgen dentro de un sistema que los anticipa, y que de hecho esta deliberadamente diseñado, no sólo para frustrar cualquier intento de hacerle daño, sino para sacar provecho de su eventual y esporádica aparición. Su relativamente corto paso por los pasillos de la historia, son válvulas de presión que se activan justo en el momento en que la caldera social está por explotar. ¿Qué podría ocurrir si las masas colapsaran, si desapareciera toda esperanza, si el descrédito por la democracia y las instituciones fuera tal que ya nadie creyera en ellas, si no confiaran más en gobernantes ni representantes ni en que nadie pueda salvarlos?
La aparición de estas figuras condena a las masas populares a seguir viviendo inmersos en una ilusión, a renovar las esperanzas perdidas en "el gobierno del pueblo, para el pueblo, y por el pueblo", a creer en una falsa justicia divina que por fin los favorece, a vislumbrar ingenuamente un mejor futuro y relajar su escasa voluntad, a dejar nuevamente que otros conduzcan su destino, a permanecer en una infantil ignorancia que los reduce a poco menos que desprotegidas criaturas demandantes de un paternal guía.
¿Qué más podría desear este perverso consorcio de psicópatas que tras bambalinas gobiernan el mundo? Los héroes populares llegan justo a tiempo para hacer su trabajo sucio, para acomodar la estantería justo cuando todo está a punto de desbaratarse. ¿Cuál es el precio que debe pagar el sistema? Casi nada, apenas unos millones aquí y otros allá, unos pocos años de algún recurso negado, y no mucho más. ¿Cuál es el precio que paga la gente común? Su vida. Apenas desaparece el líder popular y cae tras él lo mucho o poco que hizo, al pueblo nada le queda, sólo un irreal recuerdo que para empeorar lo malo, más adelante será de inestimable utilidad para que otros sujetos funcionales al sistema sigan manipulando a las masas durante años argumentando ser los herederos del héroe desaparecido.
En estas condiciones, siempre el sistema de control prevalece. Los héroes populares, incluso aquellos pocos que exhiban verdadera nobleza de espíritu y posean un sincero deseo de hacer algo por los más desprotegidos, en tanto jueguen sobre el tablero creado por el propio sistema, inmersos en una ilusión de autodeterminación, creyéndose poseedores de voluntad y libertad, e ignorantes de la realidad que subyace a cualquier conflicto político o ideológico, ... en definitiva, mientras permanezcan alejados de la realidad objetiva y sumidos en un espejismo de subjetividades, poco o nada podrán hacer por su amado pueblo. Es más, posiblemente a la larga empeoren su situación: la actitud paternalista comúnmente ligada a estas figuras populares, adormece a las masas y contribuye a profundizar la debilidad de conciencia ya de por sí hábilmente conseguida por el funcionamiento eficiente de un sistema de control que paradójicamente intentan combatir.
El líder popular lleva a cabo su labor revolucionaria desde dentro del sistema, usando sus recursos, y ajustándose a su dinámica. No hace mucho tiempo atrás en otro editorial de SOTT afirmábamos: Es una trampa mortal, todo es parte de una estrategia sublime, producto de una inteligencia que roza lo sobrenatural. Los héroes populares son una pieza esencial del sistema de control.
La revolución interior
A menudo líderes y seguidores marchan juntos enarbolando la bandera de la revolución. Realmente están convencidos de que son protagonistas de un momento único en la historia donde el curso de los acontecimientos cambia total y definitivamente a favor de la justicia, la igualdad y la libertad de los individuos.
Pero como ya hemos señalado, los eventos que se suceden tras la llegada de estas figuras cautivadoras son fundamentalmente paños fríos tendientes a bajar la fiebre social. No hay cambios sustanciales ni permanentes. No hay revolución. Y no hay revolución porque quienes participan de estos movimientos sociales no saben realmente contra qué o para cambiar qué se pone en marcha esta rebelión. No entienden que el enemigo no es la pobreza, ni la desigualdad, ni tampoco el capitalismo, o las bancas internacionales, ni siquiera el imperio mismo; estos son sólo la profunda huella que deja en la sociedad el paso de un gigante invisible que controla y somete a la humanidad sin que esta note acaso su existencia. Como toda huella es sólo un indicio, una señal que nos permite apenas sospechar su tamaño y poderío.
El hombre, cautivo de una ceguera en parte autoinflingida, ni siquiera ve la huella, sólo tropieza con ella. Deambulando por la vida sin entender la naturaleza de su existencia ni de la realidad, el ser humano cae en un pozo, se da un duro golpe, se levanta como puede, y hasta en ocasiones logra salir de él; pero sólo en casos extraordinarios descubre que no era un pozo, sino una enorme huella. Aún bajo el influjo de estos destellos de conciencia no hay garantías de que este singular sujeto interprete correctamente su descubrimiento. Sólo una auténtica vocación por la verdad, acompañada de una férrea voluntad desarrollada a fuerza de autoconocimiento y trabajo interior, posibilitará que este hombre vislumbre acaso la existencia de la monstruosa bestia. Y sólo compartir con humildad su conocimientos con otros individuos similares a él hará posible una auténtica revolución, la revolución del espíritu, la revolución interior.
Mucho se ha dicho, y mucho se dirá; abundan las loas al héroe desaparecido, y los certeros ataques a sus cuestionados modos de gobernar. Algunos lo encumbran como representante de valores casi olvidados en nuestra moderna sociedad. Justicia, igualdad, libertad, y otras bellas palabras se asocian con adornos dignos de una aventura épica al fallecido líder. Otros, sus detractores, describen y detallan el reguero de injusticia, censura, demagogia, y despilfarro irresponsable que ha signado su extenso paso como presidente de los venezolanos.
¿Quién dice la verdad? ¿Qué nos ocurre que podemos afirmar de un mismo sujeto que posee características tan dispares, tan opuestas?¿Cuál es el verdadero rostro de estos carismáticos líderes que con sus seductoras figuras cautivan la voluntad de grandes masas populares, y provocan el odio extremo de sectores enteros de la sociedad?
En latinoamérica hemos conocido varias figuras similares al líder venezolano. Sólo en el siglo XX hemos visto pasar a Porfirio Díaz y Álvaro Obregón en México, Juan Domingo Perón en Argentina", Getúlio Vargas, fundador del Estado Novo en Brasil, y Rafael Trujillo, "El Benefactor" de los dominicanos. Todas figuras que han dejado una profunda huella en la historia de sus países y también en las crónicas históricas del mundo.
Cuando recorremos con una mirada objetiva y sin pasiones el paso de estos controvertidos héroes por la conducción de sus pueblos, emergen un conjunto de circunstancias comunes que pueden observarse siempre acompañándolos. La primera, y quizá la más notable, es la polarización de la sociedad. Las masas populares, integradas fundamentalmente por los sectores más postergados de la sociedad, lo apoyan incondicionalmente. En contrapartida, los sectores oligárquicos o mejor acomodados de la población ejercen una brutal oposición. También son observables otros componentes que frecuentemente van asociados al paso de estos carismáticos líderes: la preocupación - al menos en los momentos iniciales de su intervención - por equilibrar la distribución de las riquezas sobre todo en los sectores más marginados, el uso de bellos discursos evocando a héroes del pasado o sentimientos ligados a las raíces nacionales, actos demagógicos tendientes a lograr el beneplácito de las masas, el empleo de grandes recursos destinados al despliegue de un aparato de control y propaganda, y una marcada oposición al accionar imperialista de los grandes poderes globales concentrados en unos pocos. Todos son rasgos que de algún modo u otro signan los mandatos de estas figuras.
¿Pero qué lleva a estos destacados personajes a encumbrase como líderes indiscutibles de sus pueblos?
Ascenso y caida
Hagamos un esfuerzo colectivo por entender cómo comienzan y terminan estos extraordinarios períodos donde estos notables personajes cambian, aunque sea durante un corto lapso, el curso de los acontecimientos. Para tamaña tarea empecemos por delinear el contexto socio-económico que suele hacer las veces de catapulta para impulsar el advenimiento de estas figuras al gobierno.
Un rápido recorrido por los momentos históricos previos al surgimiento de estos singulares líderes populares nos enseña un estado extremo de estrés social: la caída abrupta de la confianza del pueblo en sus gobernantes, crecientes y descontroladas protestas y huelgas acompañadas por violencia y represión, grandes sectores sociales sufriendo extrema pobreza y carencia de acceso a las necesidades básicas de salud y alimento, fraudes y corrupción en la clase política y los sectores donde se encuentra concentrado el poder, ... en fin, reina la inestabilidad social y una sensación de que el "orden institucional" puede desbaratarse en cualquier momento. El enojo de las masas se hace inmanejable y todo parece precipitarse hacia un abismo.
Es justo en medio de este caldeado clima social, y cuando las circunstancias parecen conducir a un inevitable colapso, que aparecen estos carismáticos líderes. Hay que entender que estamos hablando de momentos de crisis extrema y prolongada, no de eventuales crisis temporales que a fuerza de "remiendos" de poco alcance, propaganda, y distracción, los gobernantes de turno suelen sacar adelante y diluir. Los casos a los que nos referimos son aquellos en los cuales la miseria y el sufrimiento se han extendido a grandes sectores sociales, han durado décadas, y todos los métodos de control de daños de los gobiernos que han manejado los hilos durante años se hacen ineficaces para controlar el enojo y la frustración de las masas. Es por eso que estas singulares figuras no son tan frecuentes; el caldo de cultivo necesario para su surgimiento debe ser muy específico, no se trata de masas disconformes simplemente.
Al principio, cuando aparecen en escena, cautivan a las masas con una retórica simple, hablándole al pueblo con su mismo léxico. Tienen la extraordinaria habilidad, conscientes o inconscientes de ello, de crear una paradoja que es aceptada sin la más mínima resistencia por las masas sufrientes: se presentan como uno más de ellos, y al mismo tiempo se erigen como su mesías, como líderes únicos que encarnan atributos poco comunes que los transforman en los salvadores, los adalides de los oprimidos.
Paulatinamente el pueblo que poco tiempo atrás se encontraba en estado de shock, traumatizado por sus carencias, y desesperado por la incertidumbre respecto a su futuro, comienza a sentirse comprendido, y deposita toda su confianza en "el salvador", en este hombre que interpreta sus necesidades, que le promete devolverle lo que por derecho le pertenece. Y así comienza un romance sin igual, en donde el pueblo abraza con afecto y devoción a su benefactor, y éste, desde su trono legítimamente ganado, gobierna para su gente prodigando dones, equilibrando desigualdades y dando oportunidades a quienes no las tenían.
Las abultadas masas populares, presas de un profundo sentimiento de gratitud, entran en un estado letárgico en donde prima la devoción y laidolatría hacia su protector. El amado líder,entronizado por su pueblo, alimenta un sentimiento creciente de predestinación a la grandeza.
Pero lo que parece el final de un hermoso cuento de hadas, el ansiado "y fueron felices para siempre", es apenas el comienzo de una novela dramática que anticipa un final triste y doloroso.
Una vez instalado en el poder, el carismático líder se ve en la compleja situación de gobernar en un contexto que no le es favorable en absoluto. Sectores que durante años han gozado de privilegios extraordinarios, de pronto se ven despojados de ellos y se constituyen en sus acérrimos enemigos. En general suelen contar con recursos económicos suficientes como para desplegar un vasto ejército con un objetivo bien preciso: derrumbar a cualquier costo su gobierno. Estos grupos poderosos suelen poseer directa o indirectamente medios de comunicación de alcance masivo. Allí se libra la gran batalla. Paralelamente estos mismos grupos representan fronteras adentro intereses foráneos de grandes corporaciones y gobiernos extranjeros. Como testaferros de éstos, esta oligarquía enfurecida cuenta con un eficiente aparato de propaganda puertas afuera que desdibuja globalmente lo mucho o poco que el líder y su gobierno popular hayan hecho por el pueblo. También como testaferros cuentan con recursos extras facilitados por su "patrones" extranjeros.
En este contexto la figura del paladín de los desamparados entra en franca erosión. Ahora, bajo el fuego de las huestes oligárquicas que ponen en evidencia todos sus defectos, errores, y omisiones - pasados desapercibidos hasta el momento por el pueblo agradecido, la imagen se deteriora, los enemigos se multiplican, y obtener el apoyo de las masas se transforma en una labor de tiempo completo. Así el héroe popular ingresa en una partida nada fácil de ganar. Los enemigos mienten, exageran, sacan de contexto, desinforman, ... él no puede hacer menos que eso. Poco a poco se gesta el ejército del gobierno. Canales de televisión, radios y diarios, son la primera avanzada. Recursos del estado son invertidos para alimentar todo este aparato. Al mismo tiempo, para minar los esfuerzos de la oposición se recurre a la censura, la coacción, la apropiación y manipulación de los organismos que fiscalizan el desempeño del estado, y se lleva la demagogia a extremos inconcebibles.
Los incondicionales, en su mayoría los más abandonados por anteriores gobiernos, acompañan a su "patrón" sin cuestionamientos, sin considerar ni siquiera sus más obvios errores. Pero un sector de la sociedad, movilizado en parte por una afinado aparato de difusión y propaganda que no da tregua, y en parte lícitamente preocupado por los excesos cada vez más frecuentes y evidentes por parte del gobierno, se distancia, y sin ser realmente conscientes toman partido por la oposición, por ese monstruo herido que se niega a dejarse domesticar. No suele haber lugar para posturas racionales y objetivas, distanciadas de ambos bandos, posturas propias de quienes pueden vislumbrar un panorama algo más amplio y real que la versión parcializada a conveniencia de uno u otro lado.
De este modo se libra una sangrienta batalla donde el único vencido es el pueblo en su totalidad: los partidarios del "gran benefactor", y los sectores sociales opositores. Los únicos vencedores, como es fácil prever, son las oligarquías, esas camarillas adineradas que siempre trascienden las épocas, los partidos políticos, las ideologías, las personas y los gobiernos. Ellos están ahí siempre, pueden esperar uno, dos, o tres mandatos. Saben que no importa cuánto se tarde, siempre hay una forma de desbancar a un héroe popular. Persuasión, extorsión, difamación y campañas de mentiras, son sólo parte de su abundante arsenal. Cuando todo esto falla es posible que lleguen al asesinato. De una u otra manera el tiempo de estas figuras se termina. Los años felices se desvanecen lentamente y sólo queda para algunos el recuerdo idealizado de un Robin Hood encarnado. Por décadas esta poderosa imagen seguirá influyendo en los acontecimientos.
Sobre héroes y seguidores
Lo que resulta por demás interesante es que muchos de nosotros hemos sentido admiración, o cuando menos simpatía, por estas notables figuras populares. Su aparición en medio del caos, su real o aparente oposición a los intereses del "imperio", su preocupación por los más desamparados, ... ¿cómo no ha de despertar en nosotros agradables e intensos estados emocionales? Es el héroe arquetípico, el valiente que enfrenta sólo a capa y espada a todos los villanos.
Pero somos seres complejos que además de sentir emociones tenemos el potencial de ser racionales, y es necesario - me animo a decir indispensable - entender de dónde provienen estas emociones para no perder contacto con la realidad.
Vivimos asqueados por el horror sembrado a diestra y siniestra por un pequeño grupo de psicópatas que domina a voluntad el mundo. Muerte, miseria, enfermedad, engaño, nos rodean a diario y nuestra tolerancia finalmente colapsa. En esta particular circunstancia estos singulares personajes son como destellos de luz, de justicia, de virtud... en fin, una especie de remanso, y como tal no podemos evitar sucumbir a la tentación de recostarnos a descansar en él.
Pero es nuestra obligación permanecer lo más cercano a la verdad como nos sea posible. Estas figuras populares son encantadoras en la mayoría de los casos, pero albergan aspectos tan oscuros como cualquier ser humano, y por lo general no pueden o no quieren hacerse conscientes de ellos.
Entre el amado líder y su pueblo se desarrolla una relación simbiótica en donde las debilidades de uno y otro se refuerzan dando como resultado un distanciamiento de la realidad cada vez más pronunciado. Ambos alimentan fantasías, ambos ingresan en un estado narcótico donde la realidad es distorsionada para ajustarse a las expectativas y necesidades de cada uno.
¡Patocracia, siempre patocracia!
Y sí, son los psicópatas en la cima del mundo los que siempre alzan la copa del triunfo. En un mundo patocrático, es decir, gobernado por psicópatas, todo lo que procede de él es creado con el único fin de mantener funcionando la monstruosa maquinaria de manipulación y control.Sin conocimiento, sin libertad, y sin conciencia, no hay forma de provocar, o al menos posibilitar, un cambio sustancial.
Los líderes populares emergen en medio de circunstancias que apenas alcanzan a entender, sólo perciben los síntomas de una enfermedad, pero no comprenden realmente donde se origina. En consecuencia apenas alcanzan a mitigar temporalmente algunas de las manifestaciones visibles de esa afección, pero ni remotamente se acercan a la cura.
Estos singulares personajes surgen dentro de un sistema que los anticipa, y que de hecho esta deliberadamente diseñado, no sólo para frustrar cualquier intento de hacerle daño, sino para sacar provecho de su eventual y esporádica aparición. Su relativamente corto paso por los pasillos de la historia, son válvulas de presión que se activan justo en el momento en que la caldera social está por explotar. ¿Qué podría ocurrir si las masas colapsaran, si desapareciera toda esperanza, si el descrédito por la democracia y las instituciones fuera tal que ya nadie creyera en ellas, si no confiaran más en gobernantes ni representantes ni en que nadie pueda salvarlos?
La aparición de estas figuras condena a las masas populares a seguir viviendo inmersos en una ilusión, a renovar las esperanzas perdidas en "el gobierno del pueblo, para el pueblo, y por el pueblo", a creer en una falsa justicia divina que por fin los favorece, a vislumbrar ingenuamente un mejor futuro y relajar su escasa voluntad, a dejar nuevamente que otros conduzcan su destino, a permanecer en una infantil ignorancia que los reduce a poco menos que desprotegidas criaturas demandantes de un paternal guía.
¿Qué más podría desear este perverso consorcio de psicópatas que tras bambalinas gobiernan el mundo? Los héroes populares llegan justo a tiempo para hacer su trabajo sucio, para acomodar la estantería justo cuando todo está a punto de desbaratarse. ¿Cuál es el precio que debe pagar el sistema? Casi nada, apenas unos millones aquí y otros allá, unos pocos años de algún recurso negado, y no mucho más. ¿Cuál es el precio que paga la gente común? Su vida. Apenas desaparece el líder popular y cae tras él lo mucho o poco que hizo, al pueblo nada le queda, sólo un irreal recuerdo que para empeorar lo malo, más adelante será de inestimable utilidad para que otros sujetos funcionales al sistema sigan manipulando a las masas durante años argumentando ser los herederos del héroe desaparecido.
El líder popular lleva a cabo su labor revolucionaria desde dentro del sistema, usando sus recursos, y ajustándose a su dinámica. No hace mucho tiempo atrás en otro editorial de SOTT afirmábamos: Es una trampa mortal, todo es parte de una estrategia sublime, producto de una inteligencia que roza lo sobrenatural. Los héroes populares son una pieza esencial del sistema de control.
La revolución interior
A menudo líderes y seguidores marchan juntos enarbolando la bandera de la revolución. Realmente están convencidos de que son protagonistas de un momento único en la historia donde el curso de los acontecimientos cambia total y definitivamente a favor de la justicia, la igualdad y la libertad de los individuos.
Pero como ya hemos señalado, los eventos que se suceden tras la llegada de estas figuras cautivadoras son fundamentalmente paños fríos tendientes a bajar la fiebre social. No hay cambios sustanciales ni permanentes. No hay revolución. Y no hay revolución porque quienes participan de estos movimientos sociales no saben realmente contra qué o para cambiar qué se pone en marcha esta rebelión. No entienden que el enemigo no es la pobreza, ni la desigualdad, ni tampoco el capitalismo, o las bancas internacionales, ni siquiera el imperio mismo; estos son sólo la profunda huella que deja en la sociedad el paso de un gigante invisible que controla y somete a la humanidad sin que esta note acaso su existencia. Como toda huella es sólo un indicio, una señal que nos permite apenas sospechar su tamaño y poderío.
El hombre, cautivo de una ceguera en parte autoinflingida, ni siquiera ve la huella, sólo tropieza con ella. Deambulando por la vida sin entender la naturaleza de su existencia ni de la realidad, el ser humano cae en un pozo, se da un duro golpe, se levanta como puede, y hasta en ocasiones logra salir de él; pero sólo en casos extraordinarios descubre que no era un pozo, sino una enorme huella. Aún bajo el influjo de estos destellos de conciencia no hay garantías de que este singular sujeto interprete correctamente su descubrimiento. Sólo una auténtica vocación por la verdad, acompañada de una férrea voluntad desarrollada a fuerza de autoconocimiento y trabajo interior, posibilitará que este hombre vislumbre acaso la existencia de la monstruosa bestia. Y sólo compartir con humildad su conocimientos con otros individuos similares a él hará posible una auténtica revolución, la revolución del espíritu, la revolución interior.
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