Es bien sabido que los efectos negativos de la pobreza pueden aumentar los factores de riesgo para que niños y niñas desarrollen problemas físicos y psicológicos en la edad adulta. Lo que no se desconocía hasta ahora es cómo la pobreza infantil puede afectar la función cerebral, especialmente en la regulación emocional. Pues bien, un grupo de investigadores del Chicago College of Medicine (Universidad de Illinois, Estados Unidos) acaban de publicar un estudio en Proceedings of the National Academy of Sciences en el que se asegura que la pobreza infantil y el estrés crónico puede conducir a problemas de regulación de las emociones en la edad adulta.

Según los expertos, los hallazgos sugieren que la carga de estrés por el hecho de crecer en pobreza puede ser un mecanismo subyacente que podría explicar la relación entre la pobreza en la infancia y el funcionamiento cerebral en la edad adulta. En la investigación también han participado científicos de la Universidad Cornell, la Universidad de Michigan y la Universidad de Denver, todas en Estados Unidos.

La importancia del estudio radica en la necesidad de que las campañas contra la pobreza infantil incidan también en la capacidad de regular las emociones negativas como fuente de protección frente a las consecuencias para la salud, físicas y psicológicas, del estrés agudo y crónico.

Estudio de la actividad cerebral

En el trabajo, los investigadores han detectado que los sujetos con menores ingresos familiares a los 9 años presentaban, como adultos, una mayor actividad en el cuerpo amigdalino (o simplemente amígdala), un área del cerebro conocida por su papel en el miedo y otras emociones negativas. Por el contrario, estos individuos mostraron una menor actividad en las áreas de la corteza prefrontal, un área del cerebro que se cree que regula también las emociones negativas. La disfunción de ambas regiones, amígdala y corteza prefrontal, se habían asociado ya con algunos trastornos del estado de ánimo como la depresión, la ansiedad, la agresividad impulsiva y consumo de sustancias, según los autores.

El estudio examinó la asociación entre la pobreza infantil a los 9 años, la exposición al estrés crónico en la infancia y la actividad neural en las áreas del cerebro involucradas en la regulación emocional a los 24 años. En total fueron 49 participantes, que se sometieron a un estudio longitudinal sobre la pobreza infantil. Se recogieron datos sobre ingresos familiares, exposición a elementos estresores, respuestas fisiológicas al estrés, desarrollo socioemocional y, por último, las interacciones entre padres e hijos. Aproximadamente la mitad de los participantes provenían de familias con bajos ingresos.

Con imágenes por resonancia magnética, los investigadores evaluaron la actividad cerebral de los participantes mientras realizaban una tarea de regulación emocional. Se les pidió que trataran de eliminar las emociones negativas mientras visualizaban de imágenes, mediante el empleo de una estrategia de afrontamiento cognitivo.

Según los científicos, el hallazgo más importante fue, quizás, que la cantidad de estrés crónico de la infancia hasta la adolescencia (infravivienda, hacinamiento, ruido y factores de estrés sociales, como problemas familiares, violencia o separación de la familia) determina la relación entre la pobreza infantil y la función cerebral durante la regulación emocional.

Deterioro cognitivo

Como se aseguraba en un estudio de 2010 publicado en la revista International journal of psychology and psychological therapy,diferentes estudios realizados desde mediados del siglo XX han constatado que la condición de pobreza compromete de forma significativa el desarrollo cognitivo y emocional infantil. Tal es la importancia que recientemente la revista Developmental Science ha publicado una sección especial dedicada a trabajos científicos sobre pobreza infantil y desarrollo cognitivo.

En un estudio de 2011 publicado en Journal of Epidemiology and Community Health realizado en más de 19,000 niños británicos y sus familias cuando los niños tenían 9 meses, 3 años y 5 años de edad, se encontró que los niños criados en pobreza persistente puntuaban más bajo en las pruebas cognitivas que los que nunca habían experimentado pobreza.